Pamplona es como el edredón que te abraza, intenta estar contigo haga frío o calor. Ambas realidades tienen muy buena intención, el problema es que ni una ni otro consiguen mantenernos a la temperatura adecuada.
Adoro el paisaje de esta ciudad, no importa la época del año, siempre consigue que uno se sienta como si estuviese viviendo en una bonita postal. La primavera decora el verde de colores y mariposas; cursi (mucho), pero también muy cierto. El verano trae consigo un sol de justicia y pinta el cielo de azul intenso. El otoño adorna las calles con las hojas que nunca cesan su caída. Finalmente, el invierno lo cubre todo de una capa de blanco, como dando a entender, que es momento de volver a empezar a dibujar. Y otra vez llega la primavera.
Pero Pamplona es mucho más que todo esto. Sus calles nuevas y espaciosas contrastan con las intrincadas y viejas que siempre la caracterizaron, pobladas de recuerdos, cuyos adoquines mellados evocan la estampida de los toros "san fermineros".
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