
Lo siguiente que recuerdo es a Leire, ¿o era Leticia? Explicándonos lo maravillosa que era la conjunción entre vino, arte y arquitectura. El intenso olor a madera inundaba nuestro olfato y los cuchicheos de los jóvenes fotoperiodistas llenaba nuestro oído. El resto de los sentidos nos harían disfrutar más tarde.
Comenzamos nuestra labor fotográfica. La bodega se transformó en catedral ante nuestro ojos y todos queríamos poder reflejar su conversión. Todos temimos que nuestras fotografías fueses iguales, pero es que no nos dabamos cuenta de que eso no era un problema, era lo que tenía que suceder: la esencia de la bodega era esa y sólo esa, y debíamos estar contentos de haber sido capaces de captarla.
Pero queríamos ser originales, ser diferentes. Algunos jugamos con las sombras, otros se escaparon en pos de la "libertad"... No importaba qué fotografiar, sólo que fueramos los únicos en hacerlo: detalles, palabras, luces, rincones escondidos.
La cata de vino fue una experiencia inolvidable: por primera vez en mi vida saboreé, olí y sentí lo que es el vino. He de admitir que fue el vino blanco el que me conquistó con su mezcla de sabores frutales. Pese a todo, seguimos fotografiando. El vino se convirtió en el protagonista. Siempre lo había sido, pero tímido se escondía en barriles de roble, en máquinas inmensas de metal, en botellas de varios colores... ahora, se presentaba ante nosotros en todo su esplendor.
Un esplendor que no podía ser de otra manera: blanco y tinto.

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