Existen millones de árboles, cada uno con un nombre y una identidad completamente diferentes. Tratamos de recordarlos, ser capaces de reconocerlos. Todos queremos ser dueños de la realidad que nos rodea, y lo hacemos nombrándola. Sin embargo, al intentar memorizar cada uno de los árboles que se han cruzado en nuestro camino, nos damos cuenta de que esto es imposible. Aquí es cuando entra mi sauce. Todo el mundo es capaz de reconocer y nombrar a mi árbol: el sauce llorón; porque quien lo ha visto, no es capaz de olvidarlo.
Puede que sea por el modo en que baila con el viento, o por la paz que transmite cuando la brisa acaricia sus ramas... Es casi mágico.
Es un árbol que da cobijo a quien lo busca, es capaz de crear intimidad en el lugar más público que exista. En días de sol, ofrece amable su sombra; y los días de lluvia, protege a quien lo necesite. No solo es un árbol digno de contemplar, sino que te invita a disfrutar. El sauce llorón te sumerge en la naturaleza, haciendo que dejes de sentirte como si fueras un intruso... y comiences a jugar con ella.
Pero mi sauce no es todo bondad, sino que también es fuerte y ambicioso.
No es como otros árboles que se contentan con aspirar al cielo, él busca llegar a las estrellas sin levantar los pies de la tierra. El sauce llorón no se aleja del suelo, porque sabe que allí hay tanta belleza como en cualquier otro lugar. Sin embargo, no se queda quieto observándola, él quiere alcanzarla.
Deja caer sus ramas, adornadas por millones de hojas. Los días de sol, miles de tonos de verde se combinan con el azul del cielo; y en días de lluvia, pequeñas gotas resbalan hacia el suelo a través de él, siguiendo la estela de sus ramas.
Lo cierto es que no se me ocurre nada más bello que el reflejo del sauce llorón en el agua a la que apenas consigue rozar...
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